En mis años construyendo y liderando equipos, una verdad ha quedado clara: la diversidad no es un simple añadido bonito, es esencial para innovar. Cuando se trata de resolver problemas complejos o crear la próxima gran idea, necesitas una mezcla de perspectivas. Cuantas más voces variadas haya en la mesa, más creativas serán las soluciones. Y esto es especialmente cierto en la tecnología, donde los retos son complejos.
Una experiencia que me hizo darme cuenta de esto fue una charla que di en una escuela secundaria. Me invitaron para hablar sobre tecnología y las posibilidades dentro de la industria. La idea era inspirar, nada técnico, solo despertar la curiosidad. Pero mientras miraba a los estudiantes, me di cuenta de lo temprano que empiezan a formarse nuestros prejuicios.
Hicimos una pequeña actividad sobre posibles carreras, y los estudiantes se dividieron rápidamente en dos grupos. Un grupo se inclinaba hacia carreras técnicas: programación, ingeniería, física. ¿El otro? Enfermería, docencia, trabajo social. Si te pidiera adivinar la distribución de género en cada grupo, probablemente acertarías. No era por sus capacidades ni por sus intereses, sino por las ideas que ya habían absorbido sobre quién debería hacer qué.
Esa experiencia fue un toque de atención. Si queremos cambiar estas ideas anticuadas, no podemos esperar hasta la secundaria, cuando las opciones ya parecen decididas. Necesitamos llegar a ellos antes, antes de que esos prejuicios tomen forma. Y ahí es donde entra el Proyecto Margaret Hamilton.
El Proyecto Margaret Hamilton es una idea simple con un gran impacto: un curso gratuito de programación introductoria para niños de 6 a 9 años en escuelas públicas. Queríamos crear un espacio donde todos los niños, sin importar su origen o género, pudieran experimentar con la programación, como lo harían con deportes o arte después de clase. Aquí está lo que lo hace diferente:
Esto puede sonar simple, pero ya estamos viendo cambios. Recientemente, me senté con un grupo de niños del programa y les pregunté si sabían quién era Margaret Hamilton. Todas las niñas lo sabían. Ninguno de los niños lo sabía. Eso es algo.
El año pasado, hicimos un piloto del Proyecto Margaret Hamilton en una escuela pública, el Colegio Reyes Católicos. Este año, queremos llegar más lejos, llevando el programa a más escuelas a través de crowdfunding. Calculamos que cada escuela costaría unos 10.000 € al año para funcionar—lo justo para mantenerlo sostenible y gratuito.
Y estamos encantados de decir que ya hemos superado nuestro objetivo para dos escuelas. Cada euro adicional llevará esta experiencia a otro grupo de niños que de otra forma no tendrían la oportunidad.
El Proyecto Margaret Hamilton no es solo sobre programación; es sobre derribar barreras antes de que se conviertan en muros. Es sobre mostrarles a los niños que su potencial no está limitado por género, origen, o las expectativas de nadie más. Si esto te resuena, por favor, considera apoyarnos. Ya sea con una donación, compartiendo el proyecto, o simplemente enviándonos buena vibra, cada aporte cuenta.
Juntos, podemos asegurarnos de que la próxima generación crezca sabiendo que tienen un lugar en la tecnología—o en cualquier lugar donde sueñen estar.
Unos links para que te des una vuelta: